07 abril 2009

REFLECIONES PARA SEMANA SANTA

Como Cristo Puede Cambiar tu vida


Os ofrecemos aquí algunas reflexiones para los días de Semana Santa, desde el Jueves Santo hasta el Domingo de Pascua.
No está de más que en estos días, independientemente de cómo y dónde los vivamos, dediquemos algunos minutos al día a profundizar en el sentido de lo que como cristianos celebramos.
Aprovechamos para desearos una Feliz Pascua de Resurrección. Nuestro deseo es que sea ésta una oportunidad para hacernos más humanos, en todos los sentidos, conscientes de que ése el único camino para acercarnos al Dios que Jesús de Nazaret nos dio a conocer.

Un Dios que se manifiesta en el servicio de lavar los pies, de entregar su vida, de llegar hasta el final en su compromiso de amor, de su confianza filial, de su silencio cuando le dejamos sin palabras… y, sobre todo en el hecho de que el Padre Dios abre un camino de esperanza a quienes son capaces de seguirlo hasta el final.


Jueves Santo: 9 de abril


Un momento privilegiado de la fidelidad de Jesús al Padre fue la Eucaristía, en la que expresó la donación consciente y libre de sí mismo, y se preparó para realizarla hasta la plenitud

Como preámbulo a su primera Eucaristía Jesús lavó los pies a sus discípulos, como señal de que la mejor preparación de la Eucaristía es el servicio humilde y el perdón a los hermanos. Al lavar los pies, Jesús perdona las ambiciones de los que discuten quién es el más importante (Lc 22,24-27). Ante el traidor Judas, Jesús respeta su libertad, sin agresividad ni odio, dejando abierta la posibilidad de perdón hasta el último momento.

Jesús explica en su discurso según San Juan que la ley del amor es el centro de la Eucaristía. El clima de la Última Cena está fuertemente marcado por los afectos filial y fraterno de Jesús, que se dirige a su Padre y a sus hermanos con ternura entrañable. La vivencia del Padre Nuestro es el eje de este largo discurso. Gracias a la fe en ese Dios Padre aprendemos a compartir el perdón y el pan. Así como el pan nutre las fuerzas físicas, así nuestro espíritu necesita ser continuamente nutrido por el espíritu de Jesús, que sabe ser fiel al amor hasta la muerte. Nuestra vida según Cristo, sustentada por el pan del Espíritu, consiste en volvernos granos de trigo que “mueren” por el sacrificio y la donación, pero multiplican y transmiten la vida que recibieron.

Las palabras de Jesús que consagran el pan y el vino son expresión de su compromiso total de entregar su persona y vida. Cada Eucaristía es renovación del gesto de Jesús, y al mismo tiempo es compromiso nuestro de hacer como él hizo: entregar nuestro propio cuerpo y nuestra propia sangre –nuestra persona y nuestra vida- por los mismos motivos que él y con su misma finalidad. Es un misterio de muerte y resurrección, celebrado y actualizado por los que morimos y resucitamos con él. Perpetuamos la entrega y el triunfo de Jesús haciendo, junto con él, lo que él hizo, procediendo como él, por la donación de nosotros mismos. Una vida totalmente dedicada a servir a los demás, por amor al Padre, es una vida eucarística.

La Cena Pascual de Jesús es culminación de toda la tradición bíblica sobre la Pascua. En Éxodo 12, 1-14 y 24, 1-11 podemos ver cómo están íntimamente unidas Pascua y Alianza, sacrificio y triunfo.

Antes de cada rato de oración pido que, como amigo de Jesús, le sepa acompañar en su camino de fidelidad al Padre y a los hermanos, consciente de que ese acompañamiento me acarreará serios sufrimientos, como a él. Le ruego que aprenda a participar en su sacrificio eucarístico, muriendo y resucitando con él, en compañía de mis hermanos.

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Viernes Santo: 10 de abril


Como dice el Papa, Jesús probó “la verdad del amor mediante la verdad del sufrimiento” (Salv. Dol., 18). Por la cruz Dios se pone al lado de las víctimas, de los despreciados, de los angustiados, de los pecadores… La respuesta de Dios al problema del mal es el rostro desfigurado de su Hijo, “crucificado por nosotros”.


La cruz nos enseña que Dios es el primero que se ve afectado por el amor en libertad que él mismo nos ha dado. Nos descubre hasta dónde llega el pecado, pero al mismo tiempo nos descubre hasta dónde llega el amor. Dios no aplasta la rebeldía del hombre desde fuera, sino que se hunde dentro de ella en el abismo del amor. En vez de tropezar con la venganza divina, el hombre sólo encuentra unos brazos extendidos.


El pecado tiende a eliminar a Dios; Dios se deja eliminar, sin decir nada. En ninguna parte Dios es tan Dios como en la cruz: rechazado, maldecido, condenado por los hombres, pero sin dejar de amarnos, siempre fiel a la libertad que nos dio, siempre “en estado de amor”. Si el misterio del mal es indescifrable, el del amor de Dios lo es más todavía.


Cristo en la cruz logra sembrar entre nosotros un amor mucho más grande que todo el odio que podemos acumular los hombres a lo largo de la historia. La cruz nos lleva hasta un mundo situado más allá de toda justicia, al universo del amor, pero de un amor completamente distinto, que es misterio a la medida de Dios.


La muerte de Cristo es el colmo de la sinrazón; la victoria más asombrosa de las fuerzas del mal sobre aquel que es la vida. Pero al mismo tiempo es la revelación de un amor que se impone al mal, no por la fuerza, no por un exceso de poder, sino por un exceso de amor, que consiste en recibir la muerte de manos de las personas amadas y el sufrir el castigo que ellas se merecen con la esperanza de convertir su desamor en amor. La omnidebilidad de Dios se convierte entonces en su omnipotencia.


Dios Padre no destroza a los hombres que atacan a su Hijo porque los ama, a pesar de todo. “No se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Rom 8,32). A pesar de los pesares, Dios está de tal forma de parte de los hombres, que el mismo gesto que el hombre realiza contra él, lo convierte en bendición.


La sabiduría de la cruz enseña que el objeto del amor de Dios no es el superhombre, sino estos seres sucios y pequeños que somos nosotros. El mundo nuevo no lo crea Dios destruyendo este mundo viejo, sino que lo está reconstruyendo a partir de él. El hombre nuevo no lo realiza creando a otros seres, sino con nuestro barro de hombres viejos. Es a este hombre así a quien Dios ama.


La cruz es, pues, el lugar en el que se revela la forma más sublime del amor; donde se manifiesta su esencia. Amar al enemigo, al pecador, poder estar en él, asumirlo, destruyendo su negatividad, es amar de la forma más sublime…


Me debo esforzar por acompañar a Jesús, con admiración y reverencia, en la cumbre de su amor, dejándome interpelar por él. ¿Conozco casos de muertes por amor, semejantes a la de Jesús? Los hay…


Pido al Padre Dios que me haga comprender cada vez más a fondo este misterio insondable de su amor, manifestado en la cruz de su Hijo. Que conozca y ame a Jesús de tal forma, que sea capaz de acompañarlo en sus pasos de dolor, los de entonces y los de ahora.

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Sábado Santo: 11 de abril


El misterio de la muerte y la resurrección de Jesús no ha acabado todavía. Tan profundamente se unió al destino humano, que sigue sufriendo, muriendo y resucitando cada día en cada uno de nosotros.


La pasión de Cristo se sigue renovando cada día en la carne de los pobres y de todos los que sufren. La crucifixión es una realidad de todos los días. Jesucristo sufre hoy en el peón desconocido, al que le pagan una miseria por su trabajo. Vive en muchas mujeres, despreciadas por todos, aun por sus maridos. Vive en los niños maltratados, sin escuela y sin porvenir. En los ancianos marginados. En los enfermos mal atendidos. En los sin tierra y los sin techo. En los desesperados que se refugian en la droga. En el profesional competente marginado por su honradez. En las parejas con problemas. En los jóvenes sin ilusiones. En los que se suicidan, lentamente o de una vez. Ellos nos muestran el rostro sufriente de Cristo, arrastrando cada día sus cruces subiendo a un millón de calvarios. Y en ellos él espera nuestra comprensión y nuestra solidaridad, preñada de esperanza.


En nuestros propios dolores también sufre Cristo. Cuanto más ayudemos a los demás, más problemas tendremos. Cargar la cruz consiste precisamente en aguantar todas las dificultades que acarrea el seguimiento cercano a Jesús.


Optar por la cruz de Cristo es decidirse a seguir a Jesús de cerca, por amor, con todas sus consecuencias. No se trata de aguantar y ser austeros, al estilo de los fariseos o los estoicos. Ni de entregarse al masoquismo del sufrimiento por el sufrimiento… Ello sería una cruz sin Cristo. La resurrección es para los crucificados…


La cruz de Cristo es el signo profético de la más sagrada rebeldía en contra del sufrimiento humano. Seguir al Crucificado lleva a luchar para que en esta tierra haya más conocimiento de Dios, más respeto a la dignidad humana, más solidaridad con los crucificados de la historia, más fraternidad entre todos. La cruz de Cristo es el camino a recorrer para que Dios llegue a ser efectivamente Padre de todos sus hijos. ¡Y ello no se consigue sin dolor!
La cruz de Cristo nos enseña que no se trata de cerrar los ojos a la realidad negativa del mundo, sino de transformar la realidad con los ojos bien abiertos. Saber ver hoy la presencia sufriente de Cristo lleva a combatir eficazmente los mecanismos productores de cruces, de forma que la cruz sea cada vez menos posible.
Optar hoy por la cruz de Cristo significa también animarse a asumir libremente la propia existencia, limitada y dolorosa, sin amargura, renunciando a todo lo que sea desprecio o explotación del hermano. Se trata de aceptar los propios sufrimientos en unión con Jesús, con una actitud semejante a la suya, sin odios ni venganzas, pero llena de esperanzas.

El dolor de seguir a Jesús es triple. Se trata del esfuerzo personal por vencerse a sí mismo para poder seguir su llamado; además se trata de luchar por suprimir el dolor de los crucificados de este mundo, viendo en ellos a Jesús sufriente; y, encima de todo ello, el dolor de padecer incomprensiones y persecución.


Jesús nos enseña a sufrir y a morir de una manera diferente; no a la manera de la resignación, sino en la fidelidad a una causa llena de esperanza. No basta cargar la cruz; la novedad cristiana es cargarla como Cristo la cargó y con el mismo fin con que él lo hizo. Muere en cruz para suprimir la cruz…
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Domingo de Pascua: 12 de abril



El Reino de Dios se ha acercado y se ha hecho realidad en la resurrección de un Crucificado; todos aquellos cuya vida participe en alguna manera de la semejanza de una crucifixión, pueden participar también de la esperanza del Crucificado-Resucitado. No hay otro camino que el de aceptar el camino de Jesús: la resurrección es para los crucificados.


Para anunciar hoy la resurrección de Jesús hay que estar en verdad junto a la cruz de Jesús y junto a las innumerables cruces actuales, que también son de Jesús. Desde los crucificados de la historia, sin pactar con sus cruces, es desde donde hay que anunciar la resurrección.


Los “pobres” son los que pueden captar más a fondo la resurrección de Jesús. Ellos pueden ver mejor que nadie en Jesús resucitado al primogénito de entre los muertos, porque en verdad, y no sólo a nivel de ideas, lo reconocen como hermano mayor.


La resurrección celebra el triunfo de la vida en contra de todas las fuerzas que se oponen a ella. El centro de la fe cristiana no consiste en la celebración de la memoria de un héroe muerto en el pasado, sino en la celebración de la presencia de alguien que vive ahora: Jesucristo, el triunfador.
Nuestra esperanza no es, simplemente, sobrevivir. Esperamos que esta vida frágil deje de ser rompible. Jesús elevó la vida a tal densidad de realización, que la muerte no conseguirá destrozarla.


Vivir no es caminar hacia la muerte, sino peregrinar hacia Dios. El hombre de fe no muere; nace dos veces. La muerte no es un fracaso o una tragedia, sino una bendición, una puerta que hay que atravesar para poder llegar a la meta por la que tanto se luchó en esta vida.


Junto al triunfo del “Cordero degollado” (Ap 5,6.12) gozarán también “los que vienen de la gran tribulación” (Ap 7,14). Esto quiere decir que el sufrir pasa, pero el haber sufrido no pasa. Por eso el Resucitado conserva para siempre las llagas de su crucifixión (Jn 20,25-27).


Jesucristo es el primero de los muertos que recibió la plenitud humana de la vida. Nosotros le seguiremos. Desaparecerá la angustia milenaria del dolor. Se tranquilizará el corazón, cansado de tanto preguntar …


El Señor de la vida te invita a celebrar el triunfo de la vida. De la misma manera que en las últimas semanas escogiste retirarte, ahora colócate en la situación de salir y celebrar. Busca colores y cantos alegres, haz cosas que puedan hacer a los otros felices. Saborea la alegría de Cristo, la fidelidad del Padre, el triunfo de Jesús como Señor de la Creación y de la Historia.

Para ello tendrás que esforzarte, pues es más fácil acompañar en el dolor que en la alegría. En ambiente festivo tendemos a ser superficiales. Se trata de ser profunda y crecientemente alegres, en compañía de Jesús. Alegrarnos de veras por el triunfo de entonces de Jesús y por sus triunfos actuales en nuestro mundo de hoy.

fuente. Blog de antena misionera

http://antenamisionera.wordpress.com/2009/04/06/reflexiones-para-semana-santa/

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